jueves, 19 de mayo de 2011

Desovediencia (sí, sí, con V)

Cuando tenía diez años mi abuelo acostumbraba a contarme viejas batallas de la guerra civil mientras me acariciaba el pelo si el insomnio me atacaba. Tengo un recuerdo dulce de esos momentos, y al contrario de lo que muchos podrían pensar, mi imaginación se desbordaba con el ruido de los cañones, con aquellas fantasiosas historias de hombres vestidos con valor luchando por nuestros derechos. Creo que es por eso, que cuando gane un par de primaveras más, mis ojos comenzaron a llenarse progresivamente de historias escritas a sangre y fuego, de gente que se alimentaba de ideales, de utópicos pensadores que querían cambiar el mundo y acabaron conformándose con que el mundo no les cambiara de ellos. Y de playas: playas preciosas con cientos de granos de arena bajo los adoquines. Quizá por eso decidí embriagarme aún más con todo esto, llenando, siendo aún una niña inocente de quince años, mi pared de frases que me decían que pidiéramos lo imposible. Imposible, que palabra más bonita.
Jugándomela a una carta, cogí a un par de amigos, unos vaqueros, y un cuaderno, y me marché a una ciudad que me tiene enamorada. He de reconocer que algunas noches aún recuerdo las historias de mi abuelo: mañanas frías en las que se escuchaba a lo lejos el cara al sol, vecinos apartándose la cara por viejas heridas aún sangrantes, miles de personas llorando sobre cunetas y cientos de muertos llamados lucha.
Hoy he salido a la calle con esos mismos vaqueros y armada con una cámara de fotos, siendo consciente de que a mis ojos se les había concedido una oportunidad única: Historia. Historia pura y dura pasando delante de nuestras pupilas, cientos de personas diciendo "esta boca es mía" cuando ya todos pensábamos que el Estado del Bienestar nos había más que adormilado. Y es por eso que digo que la palabra imposible es bonita. Porque me resultaba casi utópico tener esa misma oportunidad de acariciar a mis nietos y llenarme de orgullo al decirles que mi generación, como tantas otras, supo heredar una de las mejores luchas: la de la libertad.
Es la hora, amigos, la revolución ha comenzado, y lo mejor de las revoluciones es que enamoran.

Fotografía tomada en la Acampada de Fuente Dorada, Valladolid.

2 comentarios:

Abraham dijo...

Y lo terrible del amor,
que nos revoluciona
(con todas sus aguillotinadas
consecuencias).

Shalashaska dijo...

demasiado embrollo para llegar a una conclusión, pero como es buena es perdonable. Consciente y triste... ahí es donde está la ironía