Jugándomela a una carta, cogí a un par de amigos, unos vaqueros, y un cuaderno, y me marché a una ciudad que me tiene enamorada. He de reconocer que algunas noches aún recuerdo las historias de mi abuelo: mañanas frías en las que se escuchaba a lo lejos el cara al sol, vecinos apartándose la cara por viejas heridas aún sangrantes, miles de personas llorando sobre cunetas y cientos de muertos llamados lucha.
Hoy he salido a la calle con esos mismos vaqueros y armada con una cámara de fotos, siendo consciente de que a mis ojos se les había concedido una oportunidad única: Historia. Historia pura y dura pasando delante de nuestras pupilas, cientos de personas diciendo "esta boca es mía" cuando ya todos pensábamos que el Estado del Bienestar nos había más que adormilado. Y es por eso que digo que la palabra imposible es bonita. Porque me resultaba casi utópico tener esa misma oportunidad de acariciar a mis nietos y llenarme de orgullo al decirles que mi generación, como tantas otras, supo heredar una de las mejores luchas: la de la libertad.
Es la hora, amigos, la revolución ha comenzado, y lo mejor de las revoluciones es que enamoran.
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Fotografía tomada en la Acampada de Fuente Dorada, Valladolid. |
2 comentarios:
Y lo terrible del amor,
que nos revoluciona
(con todas sus aguillotinadas
consecuencias).
demasiado embrollo para llegar a una conclusión, pero como es buena es perdonable. Consciente y triste... ahí es donde está la ironía
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