martes, 11 de agosto de 2015

No somos un cuento de hadas. No lo somos, ni lo éramos por separado. Ni lo éramos antes de conocernos. Ni podemos aspirar a serlo. Somos un cuento de terror o una novela triste. Un thriller dramático de serie B llevado a la cúspide de la perfección. No somos un cuento de hadas porque las cosas rotas nunca están bien vistas. 

No somos un cuento de hadas pero podemos ser marionetistas de uno. La sonrisa rota detrás del escenario a ojos de quien sabe mirar. Tu manera de ser tú, en tu máximo esplendor, cuando respiras tranquilo entre mis brazos a las seis de la mañana. La belleza reside en lo que mueve. La belleza reside en un cruce de miradas que provoca que el mundo se detenga, un segundo. 

La belleza reside en que no intentamos curarnos. En que no podemos curarnos, pero tampoco queremos. La belleza reside en el fondo de tu mirada, más que en cualquier obra de arte que pueda encontrar. La belleza nació rota. 

No quiero que arreglen mis pedazos. Solo quiero que acaricien los torpes puntos de sutura que pude darles, y que la próxima vez, me quiten la aguja de las manos. 

Caos.

Quema como el fuego de tus dedos en mi piel. Quema, arde, y nunca había sentido algo que me diese tanto miedo. El tiempo se me escapa entre los dedos, y la razón se ahoga entre fuego. Entre humo. Clama por un vaso de agua que solo llega cuando miro lo de siempre. Mi sonrisa cuando no era mía. Porque los hilos de mi raciocinio solo se encuentran cuando me aseguro de que es algo bueno. Al menos, hasta la siguiente ocasión.