martes, 28 de mayo de 2013

Me pierdo entre el humo de los cigarros y los apuntes que me separan de una realidad que está a pie de calle, que se compone y se descompone en base a sus ojos. Las musas se marchan porque mi almohada ya no está hecha de lágrimas, porque he encontrado un cómo, un con quién, y por lo tanto tengo un por qué que se despierta todos los días con una sonrisa. Remontar el vuelo ya no supone volver a las siete de la mañana a una cama vacía y fría destilando alcohol, y esas sonrisas de papel, de las que antes hablábamos, ahora son más que porcelana.

No soy capaz de recordar qué escuchaba cuando escribía. Pero prometo que puedo olvidar dieciocho años si amaneces mañana, si estás esperándome en casa cuando vuelvo de clase.

Ser feliz quizás sea mucho más sencillo.

El mundo cambia a mi alrededor y yo lo observo impasible, enfrascada en viejas batallas y conflictos sociales que poco tienen que ver con una realidad más que incipiente. Descubro cada día que somos los que somos porque fuimos quienes fuimos. Y aunque haya llegado el momento de dar el portazo, de pasar página, no tengo nada que perder si siempre caigo entre tus brazos. Llevo tres eternidades sin escribir, porque ahora sonrío. Y por eso sé quien soy.

Recuerdos de una vida de cicatrices y dolores

Hay días en los que me gusta renovarte las miradas con sonrisas de esas que te hacen estremecer, retorcerte entre mil baldosas que llevan tu nombre grabado. Soñarte y desearte a base de miradas, que deshacen mis rizos entre los amaneceres de mi conciencia, y de la tuya, y de la de nadie. Respirar recién levantada entre las nubes, y dudar, y no sentir más que frío de vez en cuando. Pero joder, tengo alergia al verano. Reflejos de ojos verdes, de ventanas, de locuras y de vida, de hombros caídos y alfombras de esas en las que te tumbas y te dejas hundir en ellas, como si nada importase. Una cama mullida, de plumas. Muerta de ganas de deleitarme tejiendo letras en mi piel, con tinta china que compré un día, y que dejé en un armario, muerta de risa en esa caja que decía: "para cerrar heridas o contar gotas de felicidad, para pintar sonrisas o para esos momentos en los que crees que solo te comprenden cuatro cuerdas y en el techo de tu habitación." En las instrucciones decía algo de usar solo en piel cicatrizada, llena de muescas de vida y de sueños, de caídas de la nube. De no dormir.

Dos años y medio.

En el fondo, seguimos siendo tan ciegos como cuando soñamos con viajar lejos, muy lejos. Lejos de las contradicciones, de todas las camisetas que han volado surcando el techo de tu habitación. Lejos de todo eso que de vez en cuando me hace ponerme de morros y a ti termina haciéndote sonreír. Cerca de algún paraíso personal en forma de mar y sol, y mientras tú te remojas como un pececillo sin hogar y yo me tuesto al sol, tan opuestos como la noche y el día, tan iguales como Um y Ema.
Prometo no volver a preguntarte por la infinidad del universo si tú dejas de levantarte de noche para pintarme así, desnuda sobre la cama, enredada en las sábanas y despeinada, sonriendo porque sueño contigo.

Que la vida, el rock and roll y el sexo solo es actitud.

Si ella está metida en un blues, yo bailo cada noche con la mala suerte cuando llama a mi puerta, esa tan desangelada por tu ausencia. Brilla cada noche intentando tocar el cielo, ya sea a base de litros, de orgasmos o de besos. Cuando camino por la calle del olvido, no paro de pensar en todos mis fantasmas, en las palabras que nunca digo por perderme en esos putos ojos verdes que son peores que una droga, que adormecen mi lengua y me dejan sola cuando me duermo. Que si pretendo escribir dos líneas con sentido me pierdo entre raíles que me recuerdan tiempos tan felices como amargos, y que me ahogo si pienso en pasar un año más sin él entre mis brazos al despertar. Pero que todo esto es la misma mierda que siempre, y no sé si no tengo musas porque no tengo de qué llorar,

Chicas que leen