martes, 28 de mayo de 2013

Me pierdo entre el humo de los cigarros y los apuntes que me separan de una realidad que está a pie de calle, que se compone y se descompone en base a sus ojos. Las musas se marchan porque mi almohada ya no está hecha de lágrimas, porque he encontrado un cómo, un con quién, y por lo tanto tengo un por qué que se despierta todos los días con una sonrisa. Remontar el vuelo ya no supone volver a las siete de la mañana a una cama vacía y fría destilando alcohol, y esas sonrisas de papel, de las que antes hablábamos, ahora son más que porcelana.

No soy capaz de recordar qué escuchaba cuando escribía. Pero prometo que puedo olvidar dieciocho años si amaneces mañana, si estás esperándome en casa cuando vuelvo de clase.

Ser feliz quizás sea mucho más sencillo.

El mundo cambia a mi alrededor y yo lo observo impasible, enfrascada en viejas batallas y conflictos sociales que poco tienen que ver con una realidad más que incipiente. Descubro cada día que somos los que somos porque fuimos quienes fuimos. Y aunque haya llegado el momento de dar el portazo, de pasar página, no tengo nada que perder si siempre caigo entre tus brazos. Llevo tres eternidades sin escribir, porque ahora sonrío. Y por eso sé quien soy.

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