sábado, 31 de julio de 2010

We.


Aprendí a coser lo que me importaba al colchón. Era una práctica absurda, y mi conciencia tendía a recordármelo cada mañana de resaca. No sé qué quiero decirte en verdad, porque lo que realmente querría sería sonreír y que eso bastara. Entre sábanas que se revuelven hasta caer, irremediablemente, al suelo, dejando paso a todo aquello, me rendí. Con vodka en lugar de sangre, y esa sonrisa ya habitual en las últimas semanas, aprendí que esos pequeños detalles de cada día son los que mantienen mi sonrisa como si de alfileres se trataran. Aprendí a sentirme yo sin tenerme realmente, mientras ella escribe algo como que busca la felicidad sin tener sus ojos, y me resulta tan real que busco tu presencia por la habitación, y mi mirada desciende a la almohada, que aún presenta desgarros no curados por el orgullo, al contrario que los míos, provocados por ese querer de tus noches de sonrisas. Ya no contiene tu olor, le dejé ir pese a que la hoja de mi ventana no quiso.
Tarde de raíles y sonrisas a base de flash.
Us.

jueves, 29 de julio de 2010


Transformarse cada día en cuestión de pasos y palabras porque la gran cuidad es gris si le faltan besos y abrazos y por todas partes huele a corbatas húmedas de café o tacones desgastados de pisar colillas hechas de inseguridades.
Ya me conoces y no he vuelto a ser en el amplio sentido de la existencia desde que no corto la droga de tu piel a mordiscos mientras envuelves nuestra risa en papeles.
Porque enamorarse consiste en ahogarse en tus gestos cotidianos de primeras impresiones mientras me dices "nunca me haces caso", y yo intento no quitar esa cara de "chico valiente y desenfadado conoce chica y se enamoran siete suspiros después" que me producen tus mejillas.
Frustrarse ante el sino de un mundo que solo me parece hermoso porque tu lo pisas. Aislarse física y mentalmente del surréalisme que nos acecha, et voilà, desaparecer en el exilio de tus ojos cuando merezca la pena.
Porque el amar sin sufrir es como follar con ropa.
Indefinible.
Ilimitado.
Jodidamente vacío de sentimiento y significado.
Para seguir con las manos en los bolsillos.
Preguntándonos.

martes, 27 de julio de 2010

Ni siquiera sé el qué.


Un haz de luz irrumpe en la habitación, desgarrando la oscuridad que acompasaba mi sueño. Recuerdo, entre sombríos retazos de bostezos, que me dejaste un par de besos a deber, tú, aquel que se ocupaba de saldar cada deuda al milímetro con post-it en almohadas vacías, que todavía retenían tu calor, como esperando que un hilo invisible tirara de ti hasta mi cama de nuevo, con una sonrisa de las tuyas y un buenos días escondido en tus ojos negros. Cuento cada una de mis cicatrices, aunque cada vez que las vea me atraviesen mil agujas de esas que no se sienten más que en los recuerdos. Entre ellas hay dos más oscuras que el resto, pese a solo poder verlas si sabes romper el brillo miel de mis pupilas. A mi favor he de decir que ya no siento aquel tirón proveniente de tus labios cuando te sentía pasar cerca. Al tuyo, que tu vida es apuntar y sonreír, matando corazón tras corazón. Al de ambos, que cada vez más yo, y cada vez más tú.

martes, 20 de julio de 2010

Porque me gusta que tu cuerpo se retuerza entre mis sábanas. Porque adoro eso de no saber dónde termina tu mano y dónde empieza mi cabeza, mientras tus mejillas se llenan de sangre y yo no sé dónde meterme ni cómo deshacerme del mundo. Porque no podría vivir sin contar tus lunares, sin esa jodida duda que supone no saber cuántos tienes exactamente. Porque me revienta las venas tenerte debajo, mano a mano, cuerpo a cuerpo y ese no saber de dónde has salido ni a dónde voy pero contigo. Porque eres un jodido milagro, algo que me hace estremecer cuando abro los ojos y te veo al lado sonriendo, observando cada contracción, cada mirada que deja tirados por la cama los sueños de hoy, los deseos de mañana y alguna que otra sonrisa. Porque cuando te has ido me fumo tu olor y aún puedo notar cada milímetro de tu piel en mi cama. Porque sí y porque mis paredes están hechas a imagen y semejanza de tus poros. Porque quiero que te quedes. Porque no hacía falta buscar musas. Aparecen en mi cuarto cada vez que tú rozas la almohada.

domingo, 18 de julio de 2010

Cuentan, que la vida..

Tan solo unas horas y ya te echo de menos. Y esto de añorarle como nunca creíste de verdad que pudieses hacerlo, y en el exterior mostrar una máscara de sonrisas de payaso que solo consiguen engañar a la piedra a la que saludan mis silencios cada día cuando te vas. Y tratar de plasmar todo en letras que tarde o temprano morirán, o poner fecha de caducidad a algo incluso antes de que nazca, dejar que el miedo te paralice. Conservar el recuerdo mientras esa persona que reza: "Reciclaje de tus sueños" espera tras la esquina, tan dolorosamente real que tu pánico querrá que te des la vuelta y huir, resguardarte en esas cuatro paredes que te hacen sentir aún esa niña que a ratos sigues queriendo ser. Deseando sentir tu sonrisa acariciando mi pelo, y ese no saber qué será de nosotros en la próxima manzana, pero.. ¡qué coño! Tampoco nos importa.

miércoles, 14 de julio de 2010

ouf.

Vendí mi alma por un poco de papel y un bolígrafo con el que escribirte un te quiero para los inviernos fríos. Negocie con las musas mi rendición a cambio de una noche más alargando el brazo para palpar tu enmarañada melena. Me arranqué el dolor tira a tira, palmo a palmo, y decidí caminar descalza sobre la alfombra que empezamos a coser cierto día de verano. Conté todas y cada una de las estrellas cada vez que no estabas para no mirar el reloj, para domesticar las horas a mi antojo y traerte de vuelta. Te di mi corazón tal y como estaba cuando tú llegaste y me arriesgué a que le depositaras sobre esos cristales que a veces tratan de arañarnos pero que jamás lo consiguen. Porque desde que llegaste ya no escribo, y es que la inspiración sólo aparece a las dos horas y cuarenta y siete segundos de nuestro corazón, cuando tú estas al lado revolviéndote entre los sueños de ayer y las esperanzas de mañana y yo, mientras recorto con la mirada cada centímetro de tu silueta, lo último que quiero es despegarme de estas sábanas.

martes, 13 de julio de 2010

Y ahora te digo qué..

Con sobredosis de ganas de sentirte, mientras un torrente de letras esquivas cabalga por mis venas, tratando de llegar a un corazón que acaba de despertar del letargo, desperezándose y sacudiéndose las cicatrices. Pues solo queda eso, cicatrices de lo que antaño fue la certeza de quererte. Me sorprendo, a veces, pensando en tu boca sin tener ganas de besarla, analizando cada uno de tus movimientos y pareciéndome torpes, insignificantes. Ya no me inspiras esa urgente necesidad de abrazarte. Ni siquiera ella me provoca ya temblores y esa creciente sensación de no ser más que una niña que aspiró a demasiado.
Ahora solo sé que nunca sabrás amar. Me das pena.

De bruces contra el suelo.

Lo cierto es que no lo sé. Es como cuando ella intenta ser feliz a toda costa sin tener sus ojos. Si soy sincera, tengo tantas ganas de vivir, que me revienta el corazón a cada latido. Cuando no estás me tumbo en la cama a fumarme el miedo en forma de L mientras Deltoya retumba entre estas cuatro paredes que tan bien te conocen. Te preguntaras por qué escribo. Pues no lo sé. Es como una forma de no sentirse vacía, una forma de echar fuera todo el dolor que recorre las entrañas. Sudar miedo y respirar cariño. O simplemente rozar por un segundo una de esas sonrisas. Muchas veces lo hice mal y casi nunca bien, y por ello guardo poesías. Porque quien olvida su historia está condenado a repetirla. Porque dejarse la piel no es nada si es recortando tu silueta. Porque conjugarte en pretérito me da tanto miedo que me duele el ventrículo derecho cada vez que respiro. Porque no sé que pasará y se que siempre quedarán estos dedos, que parece que no terminan de comprenderme pero lo intentan. Y es que todo esto de plasmarte en un papel es como no dejarte escapar nunca. Como notar tus brazos acercarme a ti hasta que ni el aire pueda atreverse a separarnos, mientras crujen mis costillas. Puede que un día lea esto con lágrimas arañándome las mejillas. Pero así lo mantengo vivo. Así logro aliento cuando la cuesta se convierte en acantilado. Porque puedo tirarme de cabeza al mar de tus ojos si prometes que será tu mano la que me saque del agua cuando este apunto de ahogarme. Mierda.

lunes, 12 de julio de 2010

Paredes azul cielo.

Y despertar un día a tu lado, sonreír y sentirme estremecer bajo el faro de tus ojos. No dejar de sentir tus besos sobre mi cuerpo, como una estela con la que dibujas mi nombre, con sabor a caramelo, a locura y a sueños. No dejar de recordar tus ojos velados con la forma de mi cuerpo, tus manos hambrientas solo de mí, los besos con tu nombre en mis labios.
Recordando cada vez que me mordí la piel al verte fumar, en parte por temor y en parte por deseo. Esquematizando tu cuerpo en puntos potencialmente sugerentes a los mordiscos de unos dientes que se afilan en tu piel, sin compadecerse de cada poro que se estremece a su paso, ni de cada gemido que surge de tus labios mientras sonríes y cierras los ojos, suavemente, como sin querer.
Sin ninguna intención de compadecerme de cada agujeta que tengas después.

Incoherencias.

Sonrisas, susurros. Risas, mordiscos. Sinfonía del suspiro número.. ¿qué más da? Tus miradas cortando en pedacitos mis teorías, mis pensamientos, mis decisiones. Los hilos que me atan a la orilla, arrastrándome al mar sin decir siquiera una palabra, un gesto, uno solo, y me dejo llevar, sonriendo, perdida, sin pensar.

domingo, 4 de julio de 2010

Ajá.

¿Por qué lo preguntas?. Pues claro que es verdad. Me encantaría tumbarme contigo en la cama y contarte los lunares. O simplemente sentarnos en ese parque que ambos sabemos que tiene algo de especial para contarte por qué llevo ese pendiente en la oreja derecha o descubrir cómo te hiciste esa cicatriz que a casi nadie enseñas. ¿Sabes? Si te gustan los cruceros podemos viajar a la luna. Así, agarrados de la mano. Y cuando te canses de caminar sobre baldosas que huelen a pasado levantaremos la vista al cielo. Tú me contarás quién fue ella, mientras yo te confieso que eres tú y quizá huela a hierba o quizá todo sepa a alquitrán. Puede que cuando te des la vuelta encuentres mi almohada. No lo sé. No tengo ni puta idea. Y eso es lo que más me jode. Que desde que cruzaste mi vida como si nada no soy capaz de escribir mas de dos palabras sin que contengan tu nombre. Que me paso la mitad del día buscando esa puta frase que lo describa y la otra mitad lamentándome, porque nunca será suficiente. Que eres como una jodida catarsis, algo que marca un antes y un después y que es capaz de domar a su antojo horas, minutos y segundos por mi piel. Que mi entereza cae casi al mismo tiempo que estas dos cervezas que ahora nos separan y que puede que un día sean muros, de estos que contienen utopías tan sorprendentes como inesperadas, que viven de repartir besos al anochecer.

Tiempo atrás.

Y es que ya sabes que soy incapaz de no morir cuando te veo tirado como si nada en mi cama, mirando al techo mientras intentas ocultar la risa que tira de las comisuras de tus labios, mientras tus ojos brillan, juguetones. Mientras a mí se me revuelven las entrañas al verte allí, tú te dedicas a hacer que me ignoras y yo a fingir que no me estás enamorando.
Que nos gusta demasiado perder el tiempo jugando a intentar. Que un mordisco tuyo me lleva a la luna de cabeza y que cada palabra que susurras en mi oído me hace reír, mientras por dentro me vuelves loca de deseo. Que hay días que me da igual que a nuestro alrededor no dejen de mirarnos, que el problema es suyo. Que te comería a besos de la cabeza a los pies, y créeme, sin remordimientos. Que es inevitable. Si me dices que no, mi mente se centra en sacarte un sí. Mis manos siempre andan hambrientas de tu cuerpo, y no hay minuto en el que no te eche de menos.

sábado, 3 de julio de 2010

Pero solo, a ratos.

Y me jode pensar la simple posibilidad de encontrarte un día dedicando una sonrisa a cualquier niña en la barra de cualquier bar, con una cerveza en la mano, mientras las mejillas de ella se tiñen de rojo y se dibuja una sonrisa en sus labios. Me jode saber que algún día serán otros labios los que cabalguen en tu cuello, y que el perfume de tu piel quedará adherido a otra piel que no sea la mía. Odio la certeza de que pasarás las noches de tu vida al lado de cualquiera a la que dirás que la quieres, mientras que en tu cabeza queda mi recuerdo, y que seré eso, un simple recuerdo, pero con tal intensidad que cada día que beses a quién no sea yo recordarás mis labios, con su sabor a cereza, con lluvia o con sol, dependiendo del tiempo que hiciera en mi corazón al amanecer. Que otra conocerá a la perfección cada punto de tu espalda en el que besar, morder y desgarrar para lograr tu atención, para verte estremecer y encoger, como si quisieras protegerte de todo aquello. Me jode conocer el final casi antes de empezar, y aún así que os aliéis sin saberlo para vencer mi miedo.
Porque, aún así, sigo soñando con otra ciudad y con otras calles, el anonimato y las esquinas nuevas donde poder amarte sin que tú lo sepas siquiera. Que quizá el diablo se ponga algún día de mi parte y me regale un billete de ida sin vuelta, al lugar donde pueda perderme y alcanzar mis sueños, caminar entre las nubes mientras tu lejanía me desgarre por dentro, pero cada día un poco menos, hasta que solo seas un recuerdo que me haga sonreír a ratos.

Orgullo.


Siento cristales rotos en el corazón, que se clavan con fuerza cuando se me ocurre recordarte. Las noches me buscan mientras se ríen, cual hienas, ante la desolación de un corazón que ya no sabe si te quiere o solo echa de menos sentirte cada amanecer. Contigo no finjo el olvido, ni escondo las lágrimas que golpean con fuerza cada poro de la esperanza. Pero, a la vez, preferiría morir antes de que las vieras caer, una a una, desde el cielo de mis ojos. Sí, puedes llamarlo orgullo, si te place. Tu simple visión me astilla la nostalgia en pequeños fragmentos que atacan a los recuerdos.

jueves, 1 de julio de 2010

Incandescente.

No seré cómplice de nuevo de ese escalofrío que recorre mi columna vertebral cada vez que vuelves para luego irte. A decir verdad, me arrepentiré el resto de mis días de ese jodido armisticio que firmaron nuestros corazones. Y todo eso sin saber que lo que más te gustaba era perder el norte en mis ojos. ¿Por qué?. No lo sé. Lo cierto es que todos los dardos en forma de beso que alguna vez decidiste lanzarme entre tus sábanas se clavaron en mi corazón y le derritieron como si de fuego se trataran. Que escuchar tu nombre es como reventar poesías contra paredes. Que negarme es un intento estúpido de torcer mi camino girando por la calle que da a tu tercera curva (mano derecha). Y que sé que sabes que no sé mentir, y no vengo a contarte cómo va mi vida ahora que sólo eres un reflejo en ella. No pretendo decirte lo mucho que te echa de menos el espejo de la entrada o simplemente cómo tiembla mi piel cuando siente tu olor desgarrándole cada poro. No. Porque no serviría de nada. Porque te fuiste para no volver, dejando un rastro de una prosa tímida y atormentada que ahora trata de recordarte. Pero que no lo consigue.