domingo, 4 de julio de 2010

Ajá.

¿Por qué lo preguntas?. Pues claro que es verdad. Me encantaría tumbarme contigo en la cama y contarte los lunares. O simplemente sentarnos en ese parque que ambos sabemos que tiene algo de especial para contarte por qué llevo ese pendiente en la oreja derecha o descubrir cómo te hiciste esa cicatriz que a casi nadie enseñas. ¿Sabes? Si te gustan los cruceros podemos viajar a la luna. Así, agarrados de la mano. Y cuando te canses de caminar sobre baldosas que huelen a pasado levantaremos la vista al cielo. Tú me contarás quién fue ella, mientras yo te confieso que eres tú y quizá huela a hierba o quizá todo sepa a alquitrán. Puede que cuando te des la vuelta encuentres mi almohada. No lo sé. No tengo ni puta idea. Y eso es lo que más me jode. Que desde que cruzaste mi vida como si nada no soy capaz de escribir mas de dos palabras sin que contengan tu nombre. Que me paso la mitad del día buscando esa puta frase que lo describa y la otra mitad lamentándome, porque nunca será suficiente. Que eres como una jodida catarsis, algo que marca un antes y un después y que es capaz de domar a su antojo horas, minutos y segundos por mi piel. Que mi entereza cae casi al mismo tiempo que estas dos cervezas que ahora nos separan y que puede que un día sean muros, de estos que contienen utopías tan sorprendentes como inesperadas, que viven de repartir besos al anochecer.