miércoles, 14 de julio de 2010

ouf.

Vendí mi alma por un poco de papel y un bolígrafo con el que escribirte un te quiero para los inviernos fríos. Negocie con las musas mi rendición a cambio de una noche más alargando el brazo para palpar tu enmarañada melena. Me arranqué el dolor tira a tira, palmo a palmo, y decidí caminar descalza sobre la alfombra que empezamos a coser cierto día de verano. Conté todas y cada una de las estrellas cada vez que no estabas para no mirar el reloj, para domesticar las horas a mi antojo y traerte de vuelta. Te di mi corazón tal y como estaba cuando tú llegaste y me arriesgué a que le depositaras sobre esos cristales que a veces tratan de arañarnos pero que jamás lo consiguen. Porque desde que llegaste ya no escribo, y es que la inspiración sólo aparece a las dos horas y cuarenta y siete segundos de nuestro corazón, cuando tú estas al lado revolviéndote entre los sueños de ayer y las esperanzas de mañana y yo, mientras recorto con la mirada cada centímetro de tu silueta, lo último que quiero es despegarme de estas sábanas.

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