martes, 27 de julio de 2010

Ni siquiera sé el qué.


Un haz de luz irrumpe en la habitación, desgarrando la oscuridad que acompasaba mi sueño. Recuerdo, entre sombríos retazos de bostezos, que me dejaste un par de besos a deber, tú, aquel que se ocupaba de saldar cada deuda al milímetro con post-it en almohadas vacías, que todavía retenían tu calor, como esperando que un hilo invisible tirara de ti hasta mi cama de nuevo, con una sonrisa de las tuyas y un buenos días escondido en tus ojos negros. Cuento cada una de mis cicatrices, aunque cada vez que las vea me atraviesen mil agujas de esas que no se sienten más que en los recuerdos. Entre ellas hay dos más oscuras que el resto, pese a solo poder verlas si sabes romper el brillo miel de mis pupilas. A mi favor he de decir que ya no siento aquel tirón proveniente de tus labios cuando te sentía pasar cerca. Al tuyo, que tu vida es apuntar y sonreír, matando corazón tras corazón. Al de ambos, que cada vez más yo, y cada vez más tú.

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