lunes, 16 de mayo de 2011

5 minutos 34 segundos

Bastan para echar abajo convicciones, para murmurar palabras que a oídos de quienes llevan demasiado peso en sus hombros suenan a insulto. Para destrozar hojas y hojas de papel y bailar entre ellas, para llorar todas las lágrimas que te queden, para idear todas las formas de no sentirte como una mierda, para romper un futuro. Para que cada corazón recortado con mimo entre cartulinas de colores tenga su propio ¡crack! que no tiene nada que ver con un cuento de hadas. Para que cada pared de mi habitación amarilla se vuelva gris, para que cada dibujo parezca insulso, para que la historia del monseñor Pietro de Paoli sea algo interesante. Para darme ganas de destrozar los cimientos de mi edificio a golpes de potencia de un ampli que no tengo (lástima de 20 watios), para querer hacerme una bola en un rincón y chillarle al mundo que lo siento, que si por mi fuera haría algo. Para sentirme culpable con todas las ganas y toda la razón de este universo. Para tener que repetirme a mí misma una y otra vez que somos dos que tienen tanto que reprocharse que mejor que no empiecen. Para recordarme a mí misma que un amigo es quien perdona, y que no puedo excusarme en un "tú también me traicionaste", aunque sea lo único que me hace sentir mejor. Para saber que una vida perderá su sentido, para asumir que incluso lo más cierto puede romperse. Para que tu corazón acelere latidos como un Fórmula 1, y no sepa ya cómo parar. Para que tus pulmones decidan que les falta el aire, para que quieras dormirte y huir de la realidad.
Para sentirte como una mierda.