martes, 17 de mayo de 2011

Corazones con sordina.

Cuando el amor llama a tu puerta sólo hay dos opciones posibles: salir corriendo o contemplarle. Hubo un tiempo en el que yo era adicta. Y digo adicta porque no hace falta ninguna sustancia química para necesitar un beso. Hubo un tiempo muy muy lejano, que ya a penas puedo recordar, en el que hacer papiroflexia con tu cuerpo era mi asignatura favorita. Las matrículas de honor en cada postura sólo eran un borrador, como este texto en principio, el boceto de una gran obra maestra. Como cuando Mozart contemplaba las teclas del piano, y por su cabeza pasaban acordes que se repetían simultáneamente a cada latido plasmado después con corcheas, si sientes una atracción física, o fusas y semifusas si es que estás enamorado. Cosas de la vida. Supongo que para mi palabras como Mozart y eternidad siempre fueron un álter ego: tratar de imitar a los clásicos con las cuerdas de mi violín, confinar cada amor en una sonrisa para una posteridad infinita, como cada crescendo de su maravillosa sinfonía Linz. Ya nos vale. Lo digo porque nos conocimos así, una tarde entre notas desquiciadas: tu bebías y fumabas, yo desafinaba. Siempre desafiné en el amor.
Fueron tiempos de no pensar, tiempos de dúos que enloquecían en clave de sol y de fa indistintamente apoyadas sobre el pentagrama de la cama. Tiempos lejanos de jóvenes locos con sombrero, de besos largos, de respiraciones entrecortadas y acordes de tónica. Corrijo. De dominante acabados en tónica.
El sombrero que tanto te gustaba descansa ahora en el perchero, rodeado de un pendón morado y un par de sudaderas de esas a rayas. Las matriculas de honor se me han olvidado entre copas, cuando visito cuerpos ajenos a los que no consigo seguir el compás. Los clásicos son ahora un par de libros de letras góticas en la portada. Al pentagrama le falta la primera linea. Y el violín, el violín reposa sobre la cama: tan inexperto en el amor y desafinado como siempre.

1 comentario:

Salamandra dijo...

Alucino contigo Ö