martes, 10 de agosto de 2010

Y ese punto final que no sé poner.

Porque algunos días hundirme en tus ojos era salir de la absurda irrealidad en la que acostumbro a renacer cada amanecer, y ese nosequé de tus mejillas era como un gancho a mi alma. La ceniza de ese cigarro en pantalones cortos que dejé bajo la lluvia me sigue torturando, aunque ya no quede ni la mitad del ave fénix de aquella tarde. No existen olores en mi cama cada anochecer, y quizá sea porque tampoco existen siquiera en mi piel cuando cruzo corriendo tu calle, tras las luces rojizas de un autobús. No sé, quizá me recuerde a esa sensación que te producen unos tacones al correr sobre la lluvia, aliñada con tus risas y las de la ciudad entera, porque volver a casa mientras sientes caer la lluvia enamora, y ese examen de Historia del que ni siquiera me acuerdo, y la sinfonía número dos de aquel día de noche. Y buscar una mirada en tus ojos, no sé, era ya por costumbre y por ganas de sentir, aunque conozcas, a desgracia, la sensación del hielo en pleno Agosto, las miradas huidizas de esa persona que es ELLA, con mayúsculas.

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