martes, 16 de noviembre de 2010

She.

El sombrero era precioso. Debajo, había una chica morena. Sus piernas estaban encerradas por unas botas prietas, marrones, de cuero. La piel, tan pálida, destacaba en medio de la noche. El agua corría libre bajo sus pies, a metros de su inmaculada perfección. Ni siquiera entiendo todavía por qué me hechizó ese espectro de juventus acodado en un puente perdido, tan lejos del centro de Roma. Un mechón sobresalía cruzando su rostro y escapando de la sombra que cubría sus ojos. El ceñidísimo abrigo negro podía haber hecho las delicias de cualquier piltrafo deshonesto que pasara por el lugar. Las manos, que a mis ojos eran de la más pura porcelana, se escondían en los bolsillos. Y en realidad tan solo era una niña esperando a la mitad de un puente, pero quizá me llamó la atención su excesiva seriedad.
O quizá el simple hecho de que la habría desnudado a mordiscos, sin pedir siquiera permiso.

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