miércoles, 8 de septiembre de 2010

Con D de locura.

Sé que no me llamo Amanda, y que nunca nadie me dedicó una canción. Sé que no eres Manuel, y que tú sí volviste cuando sonó la campana. Que el recodo de los cristales rotos se doblaba de envidia cuando tus ojos me miraban, con esa mezcla de pereza y de amor conjugadas en futuro, o al menos eso creíamos. Nunca pensé que nadie lograra hacerme caminar bajo la lluvia sin que esta me quemara, pero ese día olía a tierra mojada y tu sonrisa era especialmente deliciosa como para andarme con rodeos antes de buscar tus labios. Llevo tu piel escrita en mis manos, y aunque no lo sepas es tu voz la que me acuna cada noche cuando me abandona la luna. Puedo crear calles que solo existan cuando tú las cantes, o esquinas de esas en las que me dejaba atracar a punta de besos, de esos que me prometías taladrando mis Ray-Ban con esa mirada que me pedía a gritos un te quiero o un me estás enamorando. Pero decirlo haría que fuera real. Ya me conoces, ella me enseñó que fumarse los miedos es más económico que eso de sufrir, y lanzo besos a la nostalgia, empujando como sin querer notitas pintadas de gris bajo su puerta, reclamando una tregua entre mis sábanas para poder respirar algo que no fuera el humo de tus pulmones. La punta de mis tacones se tiñó de rojo aquella vez que me hiciste perderme por tu laberinto personal de inecuaciones sin resolver, de idas y venidas entre un gin tonic y un voilá, y mil y una sensaciones de apoplejía en el aire teñido de azul. Nirvana se fundía con Can't Stop mientras yo miraba al techo, ese que tú pintabas de colores cada noche en mis pupilas. Sí, Can't, con C mayúscula. Lo siento, pero a veces no es verdad eso de que querer es poder. No si llegas tarde.

1 comentario:

saudade dijo...

Lo he leído así como... tres o cuatro veces sin respirar, y aun puedo hacerlo una más.
Increíble