domingo, 5 de septiembre de 2010

Ella.


Sonreí cuando vi la púa. Narraba historias de notas cortadas entre tardes de raíles, o de sonrisas, o a saber de qué. De sonrisas, o quizá de medias de esas que bañamos entre todas las tristezas que exudamos con cada calada de esas miradas que gritan que sabemos quiénes somos. Pero que lo sabemos juntas. Que no era solo la púa. Ese imperdible que atrapé entre mis dedos, entre los recuerdos de tu día y el olor del mío, demasiado cercano como para haberlo olvidado todavía. Da igual que no sea el mismo. Sigue siendo nosotras, tú y yo, y lo siento, pero a cada palabra pierdo las musas. Las sustituyes tú, pequeña. Has crecido. Sí, sí, ya lo sé, la enana soy y siempre he sido yo. Pero te vas. Y mientras te abrazo, con las lágrimas apunto de saltar, te oigo decir: "¡Que no me voy a la guerra chicaaaas!" Ya lo sé. Pero para mí es lo mismo que dejarte saltar al vacío sin paracaídas. Pero tú me lo has dicho tantas veces.. "¡Déjala volar libre, que se caiga, que se hostie, que aprenda! No es no quererla, es dejarla vivir." Te toca.
Pero no creas que me quedo atrás.
Dame dos años y me tendrás en tu cuarto sin dejarte estudiar a Carlos III, ni encontrar tus apuntes entre mis gilipolleces de periodismo, o de psicología, o de aeronáutica. O de lo que nos depare el futuro.
Solo sé una cosa.
Que estaremos juntas.

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