viernes, 22 de octubre de 2010

Rome.

Trató de memorizar cada rasgo, cada gesto, cada mirada, dejarlas grabadas a fuego en su pupila para que cualquiera que viera sus ojos se olvidara de que eran verdes. Buscó su boca, sus manos, sus abrazos, buscando sentirle tan cerca que esa sensación perdurara tanto tiempo como él tardara en regresar. Apuró el último segundo del último contacto, el último adiós, con ese nosequé de su voz que le hacía querer escucharle susurrar en su oído cada día, en cada momento, en cada segundo. Apuró la última mirada, y todo su ser fue un estremecimiento que le rompió por dentro. Él se llevaba, sin saberlo, su motivo de sonrisa inscrito en el alma. Las campanas habían sonado casi mortuorias, acompañando cada paso hasta la puerta que en ese momento evitaba que él la viera derrumbarse y echarle de menos, sintiendo en una sola palabra el peso de todo. Sabía que, si estuviera en su mano, aquel viaje lo harían juntos. En su lado de la puerta ella alcanza a oír: "Quizá debiera haberla dejado..". Respira hondo y sonríe. Otra cosa quizá no, pero siempre cumple sus promesas.

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