Odiaba llorar. Lo odiaba profundamente.
Odiaba sentarse en su cama hecha un ovillo. Odiaba no ser dueña de si misma. Odiaba ser tan jodidamente sensible. Odiaba poner una sonrisa fingida a todos y dejarse llevar después por lo que solo ella podía saber.
Y solo podía saberlo ella porque se negaba a abrirse a nadie más, a contar sus miedos. A cargar a otro con sus pesos. Cuando pasaba lo olvidaba. Podía haber meses entre un llanto y el siguiente. Años. Pero cuando llegaba era como un torrente que la rompía de dentro hacia fuera.
Ella nunca había sido la débil. O quizá era lo contrario, y siempre lo había sido. La falta de confianza es una debilidad. Pero no. No lo digas. Es mejor no decirlo, porque si lo dices será real.
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