martes, 16 de agosto de 2011

Bilbao.

Tiemblan los suspiros congelados al llegar a mis oídos, por el maldito frío que azota mis piernas, que tiemblan a su vez cuando tu mano sustituye al vacío si llevo esa falda vaquera y te tengo ganas. Tengo tu sabor grabado en mi carne, con cada destello de alegría de tus ojos cuando avistaban los míos doblar la esquina de un pasillo, con más libros que horas de sueño, con más pensamientos que letras entre mis apuntes. Entonces solías contarme tus sueños, como siempre con el fantasma del último de ellos todavía en la mirada. No sé si es contable cuanto te echaré de menos, o habrá de medirse en las veces que mi mano marque tu número sin recordar que ya no estás en esta ciudad, la que se aprendió la huella de cada pisada en un recorrer caótico desde tu casa a la mía, o desde la ducha al colchón. Escribiría las palabras más bonitas del mundo cada noche que puedo mirarte a los ojos mientras el sueño te vence, después de que me cuentes la octava historia de miedo de la noche, sin asumir aún que nada me asusta si estoy contigo. Sólo intuyo algo llamado soledad, necesidad,..

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