jueves, 13 de octubre de 2011

Lo que no digo.

Mentiría si dijera que no me quema el alma cada vez que la imagino en tus brazos. Me entran ganas de reventar a hostias a cualquier otra que haya ocupado tan sólo una milésima de tus pensamientos, y es justo así, como me juré hace un año, que no iba a acabar. La situación se complica, y el vaso se llena de leche y galletas, pero no se lo digo a Marian para no asustarla, porque la he prometido que hay una caña para ella en Puente de Vallecas, que me voy a reír de las adversidades, que no voy a permitir que nadie me corte las alas.
Es jodido que las lágrimas te resbalen por la sonrisa, por eso de que al mal tiempo buena cara y que si hay que afilar los dientes se afilan, teniendo poco más que la inseguridad pero acostumbradas a esta vida de malabaristas, a no sólo darnos la hostia sino a provocarla, a cerrar heridas con alcohol (de cubata) que nosotras mismas abrimos, por eso de que después de tantos palos, tanto cabrón, y tantas putadas, nos suda las tetas lo de sangrar por los ojos que por las manos.
Le cuesta hablar pero no sonreír, tiembla porque tiene miedo. Y sabe perfectamente que los besos que no dio se quedarán en el tintero, que acabarán siendo boli bic azul para alguno de sus textos, cuando se cague en el poeta que la robó el corazón, el guitarrista que la robó el tiempo, ÉL, que vino a devolvérselo de golpe.
Todo sufrimiento es opcional, la única lucha perdida es la abandonada, y los crucis y las treguas valen en el amor pero no en la guerra. Desmontar viejos refranes a las tantas de la mañana, sonriendo como una gilipollas mientras tecleo (y no sé bien por qué) tiene hasta su encanto, teniendo en cuenta que decidí vivir como pensaba, para no romperme la cabeza por el trascurrir de los días, afirmando que, he aprendido a saltar sin red, aunque luego me apetezca subir a buscarla.

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