sábado, 26 de febrero de 2011

Secretos de balas.

-Madrid huele a humo y aún resuena el sonido de los aviones que traían la muerte al cruzar la ciudad. Han pasado casi 72 años desde aquella caída de la capital del 26 de marzo. No fingiré que no sonreí, alegre como ninguno cuando escuché el último parte de guerra, y tampoco que el nombre de Generalísimo no fue un bálsamo de orgullo para mi y mis compañeros de trinchera, que todavía permanecíamos en la recién caída Murcia. En realidad, en aquel momento comencé a soñar con volver y besarla, y decirla: "amor mío, todo esto terminó, ya soy libre, y no volveré a marcharme", torturado aún por sus ojos húmedos en esa última despedida un año atrás. No había existido noche que no soñara con volver a verla, ni batalla de la que saliera vivo solo por saberla esperándome en casa. Volvimos en un camión, el mismo que nos había llevado a tomar el último bastión de los republicanos un mes antes. Chasqueé la lengua, no ayudé a tomar Madrid. Recorrimos el país, que si todavía olía a pólvora, para nosotros su ruina era la victoria de la justicia. Llegué a mi pueblo, y vi como mis compañeros me saludaban mientras bajábamos del camión, y subían ciertos desgraciados que apoyaron a quien no debían, y sonreí. Me encaminé a mi casa, y fui testigo de como delante de su puerta asesinaban a mi mujer y a mis hijos al grito de en nombre del Generalísimo, y de como un compañero me decía: "les apoyaba, les pasaba comida y les dio refugio..". ¿Y a mí qué más me daba? Ellos eran lo único que tenía y ahora estaban muertos, muertos delante de mis ojos, los que le habían visto pedirme a gritos auxilio.
-¿Por eso estás aquí?
-Sí.
-¿Qué pasó?
-Quise matarlos, quise matarme, quise destruir todo lo que ayudé a construir jugándome lo que ya no tengo. Carlos me apuñaló.