sábado, 26 de febrero de 2011

Al habla Felicidad.

Podría perderme entre barras de bar y noches en tu colchón, entre sonrisas disimuladas con tu almohada y cincuenta besos de esos que puedo darte de refilón, con una guerra de miradas que terminan en un vis a vis color verde marihuana. Últimamente, aquí solo suena una mezcla de triste y bonito. He perdido esa costumbre tan mía de perderme entre cuatro chupitos y todas las ganas de cambiar el mundo de lugar. He abandonado lo que me daba fuerzas y he tirado mi orgullo por la ventana. Paso las tardes soñando entre apuntes de Lengua y la suya, dejando escapar salamandras por las ventanas. No rompo la noche ni exprimo hasta el último segundo de cada momento, porque para qué si tenemos una vida por delante. He perdido lo que era tan mío como el amanecer, he dejado canciones por el camino, y todo lo que eran mis exponentes ahora le pertenecen a otra. He aprendido lo que es morir por amor, y renacer, y despertarte por las mañanas y que mi rostro sea lo primero que vean tus manos al despertar. Sé que cada segundo lo invierto en reivindicar lo que no es mío más que por derecho del corazón, del suyo, o quizá sea del que late por él. Como la sensación de ser lo único cuerdo en un mundo de locos cuando te ves de repente sentada entre cuatro paredes verdes con quien juró matarte mirándote a los ojos y diciéndote: "qué, te echas un piti?" Te planteas la estupidez humana con más seriedad de la que eres capaz de mostrar cuando se te escapa la risa si sus ojos te miran serios, mientras sabes que en dos minutos estarás en su cama, muriendo de la risa esa que solo él es capaz de sacarte.
Porque lo siento por todas las chicas del mundo, pero estoy enamorada y, de verdad que lo siento, pero él también.

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