martes, 28 de diciembre de 2010

Tarde, my darling.


Me sabes a whisky y tabaco, los poros de mi piel tatúan las paredes de este bar cuando me miras. Por si quieres venirte, tengo una habitación hecha de inseguridades, y mi cama a medida de tus caderas. Vivo solo a la luz de las farolas de estas calles donde me dejo la saliva a falta de besos, donde la luna aúlla gemidos de corazones rotos que suenan igual que las botellas estampándose contra el suelo de nuestro baile de máscaras. Acostumbro a cerrar heridas con alcohol de cubata, a secar lágrimas con el fondo de este vaso y sus dos hielos, a firmar armisticios con caricias pasajeras que desaparecen cuando en el reloj nos dan las ocho. Me emociono con Sabina, con el último semáforo en rojo que cruzas aun sin saber por qué, con este mono de ti que se diluye en mi sangre casi más rápido que la heroína sin heroe de todos los putos cuentos de hadas que nada tienen que ver con este mundo. Tengo un billete hacia ningún lugar, y un montón de trenes que coger y que arrancan vacíos de la estación, dejando tras de sí un vapor que huele a silencio, soledad y ausencia, que sabe, más que éste último cigarro, a despedida.