miércoles, 1 de diciembre de 2010

Él.

Escribo historias con ese sabor amargo e imaginario de una calada en mis labios, o quizá sea solo un reflejo de los tuyos. Te veo llegar con un solo copo en el pelo, y sonrío tras ese cristal que protege mis brazos desnudos de la nieve que asola el primer día de diciembre. Un bocata caliente y nosotros, y río y soy feliz, y la clase que me espera a veinte metros no es nada comparada con mis cinco minutos contigo. Eres esa única persona que lee mis ojos como si fueran un libro abierto, que desgrana cada centímetro de mi piel al mismo tiempo que mi pensamiento. Puedo perderme en tus ojos verdes, con esas pupilas que parecen dibujadas por una mano temblorosa. Porque igual cambio mil veces mi sonrisa en esas 24 horas en tus dedos, pero observarte es el mayor de los placeres de este mundo, y créeme que podría pasar la vida con los ojos cruzados en los tuyos, con mis manos devorándote poco a poco, y con un te amo dibujado en los labios.

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