martes, 26 de abril de 2011

Mis golondrinas son del color de tus ojos.

Hemos estado tantas veces al borde del simulacro, que todavía no sé por qué me dejas asomar la nariz a ese precipicio de vez en cuando. He soñado tantas tonterías y tantos disparates y con tantas ganas, que cada vez que me despierto de una hostia contra el suelo me duele más el ventrículo izquierdo, y mis costillas se hacen grandes y no se oxigenan porque no las aplastan tus brazos, y mucho menos tu cuerpo desnudo en mi cama. Son como cuchillos las arrugas que te salen cuando sonríes, y me pongo tan celosa si te veo mirar a otra que podría gritar en el kilómetro cero (Puerta del Sol, Madrid) que me dan igual  todas las variables posibles si la autopista es la de tus piernas, que todo peaje a pagar en besos es poco, que tiemblo de vértigo cuando pienso en el momento y en no estar a la altura.
Llevo tanto tiempo cargando el alma que tengo entre las piernas, y tengo tantas balas con tu nombre, que descuidé lo de afinar la puntería.
Por eso aquí estoy, rodeada de humo, colillas, y mecheros, sola y desnuda, improvisando ante el espejo un guión definitivo que tú nunca conocerás, como todos los textos que te escribí y que acabaron arrugados en la basura.

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