jueves, 28 de marzo de 2013

Adicción.

Se abrazó a sí misma, fuerte. Estaba sentada en su silla con ruedas, frente a su escritorio, con la pantalla del ordenador iluminándole el rostro. El piso, de alquiler, estaba en silencio, salvo por la música que salía de su propio ordenador. Su habitación era azul, azul cielo, detalle que le hizo sonreír cuando entró por vez primera, cuando hacía tanto calor que sudaba bajo sus frescos pantalones bombachos. Se mordió el labio, nerviosa. El insomnio y la cafeína no ayudaban demasiado, pensó distraída mientras cogía la taza de café, café dulce. Añoró el sabor del café sin azucarar.
Tecleaba sin prisa, como movida por un hilo invisible, sin pensar siquiera en lo que escribía. El cenicero estaba vacío a su lado, y se encontró deseando que la habitación oliese a humo. Sacudió la cabeza, apretando los dientes, y miró la pantalla. Los textos de él estaban allí, como no. Se preguntaba muy a menudo por qué se torturaba. No era masoca, eso lo sabía. Pero aún así, seguía visitando el blog todas las semanas, como un drogadicto buscando heroína, un placer que la mataba. Vivía pendiente del buzón al llegar de clase, levantando la tapa con miedo de ver allí la temida carta. Solía despertarse boqueando, sin respiración, después de cada pesadilla. Pesadillas que no eran tales, simplemente sueños que se torcían más de lo debido.
Se vio de repente reflejada en la pantalla. Las gafas precedían unos ojos abiertos, rojos, asustados. La boca estaba entreabierta, y una cascada de pelo caía desde el moño medio deshecho. Las mejillas daban la sensación de estar hundidas, al igual que las cuencas oculares, remarcando su sensación de drogadicta.
-Se acabó.- pero su mano vaciló a la hora de cerrar el portátil. Crispó el puño, con rabia contenida.- Maldita sea. Cómo puedo ser tan imbécil.
Se levantó, vestida tan solo con unas braguitas y un jersey ancho, y fue al baño. Se mojó la cara y se miró al espejo. La cara que vio era bonita, ligeramente maquillada, y los ojos que le devolvían la mirada eran expresivos e inocentes. Apoyó la frente en el espejo.
-Tengo que parar. Tengo que echarle de mi vida. Tomé la decisión, como puedo ser tan débil..
Se dejó resbalar por la pared. El baño estaba más fresco que su habitación. Era agradable, pero se obligó a levantar de allí y encaminarse a su cuarto. Al entrar, no se detuvo ni un momento: cerró el portátil con la mano abierta, y casi le dolió el suave clic.
Se quitó el jersey, dejándolo en la silla, y se metió en la cama, apagando la luz con el pie.
-Buenas noches, pesadillas.
Horas después, sus ojos seguían abiertos.

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